No me atrae demasiado etiquetar a los niños por
sus actitudes y aptitudes a la hora de interpretar su vida y lo que en ello
acontece. En determinados círculos terapéuticos ya se habla hace tiempo de
niños índigo, cristal y arcoíris. Voy a prescindir de estas distinciones y
hablaré en general de nuestros hijos, de aquellos que ya llevan aquí diez o
quince años y de los que están por venir.
Imagen: musica.gamersmafia.com |
Ayer mi hija, después de ver una película
americana para peques de su edad, me comentó: “Mamá, si tuviésemos que
refugiarnos en un desván para tornados, me llevaría mi peluchito, un cojín o
una almohada, mi Nintendo a tope cargada y que hubiera un enchufe y un par de
libros de aventuras o de Gerónimo Stilton". Intenté acordarme de mis diez años y
no consigo imaginar ni un desván para tornados, ni la posibilidad siquiera de
contemplarme en un futuro -obligada por las inclemencias del tiempo- a
esconderme en un refugio.
rico-rincon.blogspot.com |
Creo que lo que más me gustó fue saber que hay niños
que ya han hecho compatible su deseo de Nintendo con su ansia de leer. También me
tranquilizó saber que a mi hija no le daba miedo guarecerse en un espacio
protegido mientras el tornado se manifestaba. Había como una confianza serena
en que todo iba a estar bien a pesar de lo extraordinario de un viento poderoso,
intenso y concentrado.
Hoy en la mañana, mientras íbamos al cole me
preguntó:
“Mamá, ¿cuál es la diferencia entre ser católico, cristiano y espiritual? Entonces le dije: “¡Hija, que todavía no me he tomado el cafelito, por lo que más quieras...! Mejor lo hablamos a la hora de la merienda, ¿vale?”.
Imagen: hemosleido.es |
Al rato, charlo con un amigo y me cuenta que en su
casa, su mujer y él han establecido la costumbre de sentarse a meditar 5 minutos
cada día con su niño de cuatro añitos. Le han contado a su hijo que meditar es un
camino para conquistar la inmortalidad y para sentirse uno con el universo. Cierto
día este niño le dijo a su mamá: “Mami, hoy medita tú por mí para que todos
alcancemos la inmortalidad, que yo estoy muy cansado…”.
Ni modo, lo queramos o no, las dudas, el alcance, las metas y los anhelos de nuestros hijos son distintos a los
nuestros. ¿Más anchos, grandes y profundos de lo que imaginamos ahora? Tal vez. Por
eso, antes de etiquetar la infancia,
podemos ir preparándonos para dar respuestas honestas y espontáneas a los hijos
que nos interrogan.
Y sobre todo, reconocer, llegado el caso, que no sabemos (o aún no hemos descubierto) las respuestas a sus preguntas y que quizá ni siquiera nos corresponda hacerlo. Cuando un padre o una madre, un abuelo o una tía, reconocen con humildad que ellos también están buscando y son hacedores de preguntas, los niños reconocen de inmediato el respeto que les profesamos. Sabrán, entonces, vivir con naturalidad y valorar positivamente el hecho de no contar con respuestas rígidas y eternas a preguntas tan humanas y hermosas.
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