lunes, 28 de mayo de 2012

Los Náhuatl y las muertes (I)

¡Prohibido morirse de viejo!

En la religión azteca no se valoraba mucho que fueras buena gente. La ética personal era un dato anecdótico. Que sepas que el destino ultraterrenal lo marcaba, inexorablemente, la circunstancia de tu muerte.

Suerte si te mataba un rayo, te ahogabas en el agua o eras niño en el momento de la muerte porque ibas directo al paraíso de Tlaloc, dios de la Lluvia.

Tlaloc, Dios de la lluvia. Fuente: wikipedia.org


Suerte si te pillaba el trance en la guerra, estabas cautivo de tus enemigos o te encontrabas pariendo pues ingresabas en el paraíso del dios solar. Aquí recibías todas las ofrendas que te daban en este mundo los vivos y pasabas una vida deliciosa. Y mala suerte si morías de enfermedad (de viejecito, vamos). Entonces se te negaba la dicha ultraterrena, pues te desviabas al Mictlan, un lugar oscuro, sin luces ni ventanas, al que además se accedía tras cuatro años de duras pruebas.

fuente: eltamiz.com


Entiendo que la máxima aspiración del hombre mexica fuese morir en la guerra. Como regalo, el guerrero acompañaba al Sol desde su nacimiento hasta su zenit.

Discriminar a los hombres por la forma en la que morían era una manera de ejercer el control social de la población. La guerra debía ser deseada por toda la comunidad para dominar -con el arte de la guerra- a los pueblos mesoamericanos.

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