Monstruos de la Mitología Vasca (II): Tartalo, por Inés Bengoa.
Tartalo. imagen: dco1971.blogspot.com |
Uno de los temas que más me apasionan de la
mitología son sus monstruos: seres terroríficos que algún día habitaron la faz
de la Tierra y que convivieron con nuestros antepasados. Es algo que me
fascina. Me fascina imaginarme esos encuentros entre el ser humano -cargado de miedos, inseguridades,
debilidad- frente al todopoderoso y fantástico ser mitológico.
Y creo que
no solo yo me siento hipnotizada ante
este tipo de relatos sino que es algo compartido por el común de los mortales.
¿Cómo se las arreglará el protagonista para salir vivo de ésta? –nos
preguntamos expectantes.
De fiesta disfrazados de Tartalo. imagen: imagenessaraspea.blogspot.com |
Los monstruos son nuestros miedos. Hay miedos universales
y miedos únicos y personales. El monstruo nos permite focalizar nuestra
sensación de miedo en él, sentirnos identificados con el protagonista y
acompañarlo durante toda la historia en busca de una solución. Exorcizamos el
miedo cuando comprobamos que esa solución existe. Muy habitualmente, la salida es
el ingenio frente a la fuerza bruta.
Uno de mis monstruos preferidos en la mitología
vasca es Tartalo. Tartalo es un cíclope come-hombres, con un solo ojo en mitad
de la frente, que tiene mucha similitud con el cíclope Polifemo de Homero.
Entre las distintas hipótesis que hay acerca del origen de la leyenda de Tartalo se
baraja las relaciones que pudo haber entre marineros vascos y griegos. Por lo
que se ve, la mitología nos sirve también para conocer las conexiones entre los
diferentes pueblos.
Tartalo en Billela (Vizcaya). Autor: Urtxintxa. imagen: panageos.es |
Creo que ya es hora de dar paso al monstruo, así
que sin más preámbulos os presento la historia de Tartalo. Espero que os guste.
Dos hermanos, que volvían de un viaje muy largo,
se perdieron en los montes de Guipúzcoa y, después de mucho andar, decidieron
entrar a una cueva a pasar la noche. Más tarde, apareció Tartalo con su rebaño
de ovejas y, después de entrar en la cueva, tapó la entrada con una enorme
piedra. En seguida se dio cuenta de que los dos hermanos estaban dentro,
dirigió su terrible ojo hacia uno de ellos y le dijo:
-
Tú serás mi cena.
Y dirigiéndose al otro le dijo:
-
Tú serás mi desayuno.
Y dicho esto, cogió al primero de los hermanos, lo
ensartó en un enorme hierro, lo cocinó en el fuego ante la mirada aterrorizada
de su hermano y se echó a dormir. Antes de eso, puso un anillo mágico al que
quedaba con vida. Este anillo, ante la pregunta “¿Dónde estás?” siempre
respondía “¡Estoy aquí!, ¡Estoy aquí!”.
-
Así siempre sabré donde estás –le dijo
el monstruo.
Durante largo rato el joven no supo qué hacer,
totalmente afectado por la muerte de su hermano. Por fin, se decidió a buscar
una salida, alguna grieta por la que poder escapar de su prisión, pero
rápidamente se dio cuenta de que la única salida era aquella en la que Tartalo
había puesto una enorme piedra, que él solo no podría mover.
Al fin, tuvo una gran idea: cogió el hierro que
había atravesado a su hermano, lo calentó en el fuego y lo clavó en el único
ojo de Tartalo. El gigante emitió un alarido impresionante y se quitó el hierro
del ojo mientras gritaba de dolor:
-
¡Maldito, me has dejado ciego! ¡Te
destrozaré con una sola mano!
Tartalo, completamente fuera de sí, comenzó a
buscar al joven que corría y se escondía entre las ovejas. Al no poder encontrarlo
en medio de su rebaño quitó la piedra de la entrada y fue pasando a todas las
ovejas, una por una, por debajo de sus piernas. El joven, cubierto por una piel
de oveja, pasó también entre las piernas de Tartalo y comenzó a correr todo lo
rápido que le permitían sus piernas.
Cuando el gigante se dio cuenta de que su presa
había escapado, se acordó del anillo y comenzó a gritar:
-
¿Dónde estás?
-
¡Estoy aquí!, ¡Estoy aquí! –contestaba
el anillo.
Guiado por esa voz el Tartalo corrió detrás del
muchacho. Cada paso del gigante era como diez pasos del joven, así que más
pronto que tarde, el monstruo estuvo a punto de atrapar al chico. Éste intentó
quitarse el anillo, pero sin éxito. Cuando
ya sentía el aliento de la bestia en su cogote, recordó que llevaba una pequeña
navaja en la bota, la sacó, se cortó el dedo -anillo incluido- y lo tiró a un pozo que había por allí.
Tartalo volvió
a preguntar:
-
¿Dónde estás?
Y el anillo respondió desde el fondo del pozo:
-
¡Estoy aquí!, ¡Estoy aquí!
Fue así como Tartalo, el gigante come-hombres que había aterrorizado esas tierras durante
tantos años, cayó dentro del pozo y se ahogó.
Desde entonces ningún monstruo ha vuelto a
aparecer por los montes de Guipúzcoa.
Leyenda popular extraída de “Euskal Herriko Leiendak”
de Toti Martínez de Lezea. Traducción: Inés Bengoa.
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